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martes, 5 de febrero de 2019

Limbo en Loop


— Llévame a mi casa.


Sentada, en el asiento del copilóto del Volkswagen Type 1; cruzando los brazos en un movimiento. De repente, el enojo, la frustación, el miedo y parte del estrés postraumático se convertían en determinación. Casi no reconozco su voz al imperativo de su última frase.

— ¿Y que sepan dónde vives?  —contesto en automático— No quiero arriesg...

— ¡Ya saben dónde trabajo! —me interrumpe bruscamente— ¡¡Y ya saben dónde vivo!! —Su vocecita crecía a intervalos furiosos- ¡¡Por si no lo recuerdas, fui secuestrada!! ¡Déjame bajar en cualquier esquina, entonces!

— ¡¿... qué?!

— No me mataron antes y, de pronto, ¡¿ahora vienen a matarme?! ¡Apuesto mi vida a que es a ti es a quien buscan! —exclamó, clavando de pronto sus ojos gigantes en mí—. Me la apuesto, literalmente.

Es verdad. Los Dragones no habían encontrado mi Vocho, abandonado estocásticamente en alguna calle de la ciudad más grande del mundo. La habían encontrado a ella. Otra vez. Y por mi culpa. Siempre por mi gran culpa.

Casual. Haciendo una escena en el carro, afuera de su trabajo. Y luego la revelación, como golpe en el estómago, que casi me hace vomitar la poca comida que apenas llevaba en el día:

  • El departamento
  • El empleo
  • El Volkwsagen
  • Paz mental
  • Diana

Había estado tratando de tachar una lista genérica de "cosas" que debía tener. Los requisitos mínimos para la normalidad; y algo más. Fijándome sólo en obtenerlas, negando inconscientemente la realidad que se había cernido sobre mí. Y, por mi culpa, (por mi gran culpa,) también sobre personas inocentes.

La conmoción ya familiar vuelve como un rayo.
Instantánea. No alcanzo a distinguir nada.
Pero sé que he vivido mil vidas en un segundo
Siento el acto-reflejo del vómito en mi estómago.
Una gran contracción involuntaria.
Se encogen mis hombros, mi espalda.
Los siento moverse pero no pasa nada.

Un parpadeo, y Diana está sentada a mi lado en el Vocho.
¿Fast forward, o reset?
Su perfil angelical de siempre. La ira ha desaparecido de su rostro.
Como si nada hubiera pasado. ¿Acaso pasó?
Quiero acercarme a saludarla con un beso, pero mis manos no se despegan del volante.
Paralizado. Ni siquiera mi cuello obedece para voltear a verla.


Vacío en el estómago.
Escalofríos.
Estoy congelado.


¿Déjà vu?



Se hizo de noche.
El Type 1 sobre una avenida.
El acelerador está a fondo pero nada se mueve.
¿Qué carajos está pasando?

Los faros de niebla prendidos, pero no iluminan nada más.
Obscuridad perpetua e infinita delante.
Las ventanas abajo, ¿o los vidrios están rotos?

Rápidamente siento el frío del aire nocturno, haciéndome apretar los dientes y entrecerrar los ojos.
Pero el viento no fluye.
Y la sensación de fuerza no está.
¿Se ha ido la fuerza...? ¿O se han ido mis dientes...?


De repente, ya puedo voltear hacia ella.
Sólo mi cuello al fin obedece.
Mis ojos buscando los suyos.


— Guillermo, Guillermo... ¿Eres acaso tan ciego... o tan idiota?


Un tono condescendiente que no había escuchado en lo relativamente poco que llevamos de conocernos.
Es un enojo pacífico.
Diferente.
Otra vez frustración convertida en algo más.


Y yo, ¿qué hice?
¿Acaso fue llegar en el Vocho con esa actitud de Don Juan...?
¿Eso realmente sucedió?
Correr en círculos amnésicos parece inútil.


— Mírame bien. Estoy a punto de desaparecer para siempre de tu vida. Y no porque yo quiera.



Voltea de pronto hacia el frente, entrecerrando los ojos para pensar la siguiente oración. Uno de sus tics más adorables. De pronto, el parabrisas se hace añicos. Ella parece inmutable.


— Bueno, talvez sí quisiera. Pero no así...



Bajando la mirada un instante, y luego al frente otra vez mientras continúa.


— ¿Sabes que hay que ser el mayor imbécil de todos...


Voltea con ese enojo tranquilo. Esa determinación, apoyada por el hecho de tener la razón. La moraleja que supo desde el principio.


— ... para creer que todo gira alrededor tuyo? Preocuparse por pendejadas y dejar que a lo verdaderamente importante se lo cargue la chingada.



¿Acaso esto ya sucedió?
¿... sucedió realmente?
¿O está a punto de suceder?
(otra vez)


— Memo...


Comienza de nuevo, leyendo mi mente.


— Ya sabes que esto no sucedió.


Deja de hablar y tengo su mirada todavía clavada en mí. La escucho con claridad en mi mente.


«Está sucediendo»

«Dentro de ti»

«Y seguirá sucediendo»


Deja escapar por un instante una ligera sonrisa, no por eso menos sincera:


«oJaLÁ»


De pronto, con la prisa y el ánimo de alguien que ya lo ha ensayado, se acomoda en el asiento, (des)acomodándose la blusa para lucir descuadrada. De pronto, la telepatía se esfuma y usa los labios otra vez.


— Sólo por curiosidad...



Se vuelve a acomodar a movimientos rápidos, alborotándose el cabello con las manos y tres o cuatro sacudidas de cabeza. Caos premeditado


¿Cuántas veces soportarías verme morir?


Estira su mano, lentamente, hacia el stereo y, con un ligero toque, lo hace estallar en cámara lenta.
Cero gravedad en slowmotion.
Las frecuencias graves del sonido llegan con retraso a mis oídos.
Ella, contemplando las partículas suspendidas en el aire.
Jugando con ellas.
Combinando con el frizz de su cabello cargado por un aire eléctrico.
Caótica armonía.


Su mirada otra vez en mí. Las partículas del stereo se diseminan por el carro. Transformándose en otras de rellenos de asiento, vidrios rotos y tapicería.


«Ya estás aquí, aunque no quieras»

«...y no hay mucho qué hacer»

«Mátate. Bésame»

«Trata de detenerlo todo»

«No hay caso»

«No recordarás nada de esto y al final nada importa»

«Y, ¿acaso no es así la vida?»



«Lo sabrías más tú que yo. O eso pareces creer»

«Mientras estemos aquí, no hay certeza de quién está vivo y quién está muerto»


Una bala se materializa casi junto a su cabeza, rompiendo su cinturón de seguridad desde atras, atravesando después el inexistente parabrisas delantero, y desapareciendo en la oscuridad frente al Escarabajo.

Se acerca hacia mí. A un beso de distancia. Si tan sólo pudiera moverme... Y luego, con la voz más dulce del mundo:


—  Llévame aquí


Un ademán por agarrar mi pecho.


A un centímetro de distancia. Un toque de su mano y mi corazón estalla.


Toda la pólvora de aquella noche implotando y explotando dentro de mí en una conmoción eléctrica que devuelve el fluir del tiempo con una sacudida sísmica, llevando al sedán a una volcadura que se proyecta fractalmente hacía la vacía obscuridad del infinito.




*    *    *



— ¡¡No reacciona, doctor!!



*    *    *



El sol de un medio día de verano caía sobre la ciudad. Parado en la banqueta, recargado en la puerta del copiloto del VW Type 1, estacionado en la calle Castilla Oriente, Azcapotzalco. El brazo izquierdo cruzado y un vaso de agua de horchata en el otro. La veo salir del edificio y la saludo a la distancia, al otro lado de la calle. Queda petrificada al verme.

Finalmente la convenzo de subir de mala gana al Vocho. Enciendo el motor y, acto seguido, sólo cruza los brazos y lanza una orden seca.

— Llévame a mi casa.




01-01-2018

martes, 19 de noviembre de 2013

Tras el escarabajo (Intermedio)


Frente a ellos el Vocho se desmorona, dejando rastros de aceite y la defensa en el camino. Con una rapidez inesperada, dobla en una esquina hacia la izquierda y el BMW hace rechinar las llantas al tratar de mantenerse al paso.

— No puedo creer que ese infeliz escarabajo siga corriendo.

— Ingeniería alemana de los cuarentas.

— Ah.

Morton y Foston eran los responsables de aquella persecución nocturna que interrumpía la calma de Eje 1 Poniente.

— ¡¿Tenemos más cartuchos?! —preguntó Morton por sobre todo aquel ruido, mientras seguía disparando al Vocho negro desde el quemacocos del Beamer— Éste está casi vacío.

— ¡Fíjate en la guantera! Ahí puse tres.

De pronto, el VolksWagen gira bruscamente en medio de la avenida, volcándose sobre sí mismo. Foston maniobra el M3 para no chocar, rebasando al Sedán y derribando a Morton de su puesto de tiro.

— ¡¡Hey, imbécil!! ¡Más cuidado! —grita tratando de incorporarse.

— ¡Quita tu maldita cabeza de la palanca!

— ¡Mira! ¡Encontré uno lleno!

Por el retrovisor, Foston veía al Vocho terminar su barrida sobre el pavimento hasta quedar inmóvil. Metió el freno de mano al tiempo que giraba a su izquierda, derrapándose en media vuelta.

— Bien, acabémoslo —dijo Morton terminando de cargar el G36.

Tiene el rugido de una pantera —manejado por Foston, el Beamer daba acelerones con la caja en neutral. Como si hiciera falta intimidar a personas agonizantes.

— ¿Y tenía que ser amarillo?

— ¡Yo no elegí el color!

— ¡¡Arranca ya!!

El BMW quemó llantas al arrancar. Al instante, otro auto esquivaba una defensa en medio de la calle y giraba a la izquierda, entrando a Guerrero y quedando frente a ellos.

— ¿Y ése quién es?

— Algún despistado sin suerte. También te lo cargas con el rifle.

El tercer carro avanzó rápidamente hasta frenar bruscamente hacia su derecha, quedando de perfil. La sombra de un Mini Cooper se dibujaba, mientras el Beamer se encontraba a doscientos metros del escarabajo.

La puerta izquierda del Vocho se abrió, cayendo Guillermo de un golpe hacia el pavimento.

— ¡¡¡Dispárale, Morton!!!

De la ventana del conductor del Mini salió, como un cometa, una estela de humo, casi como vapor, seguida de un sonido que cortaba el aire a su paso.

— ¡¿Qué demonios?!

— ¡¡RPG!! —gritó Foston, dando un volantazo a la derecha para tratar de esquivar al cohete. Éste paso de largo al M3 e hizo estallar a algún pobre auto estacionado a un centenar de metros.

El Beamer se encontraba ya en alto total. El copiloto del Mini descendió y, sin retraso, comenzó a vaciar el cartucho del subfusil que portaba sobre el BMW, que se encontraba lo bastante lejos como para no distinguir a su atacante. Aquel salvador armado corría hacia Memo sin dejar de disparar.

— ¡¡Arranca!! ¡¡Ya!! ¡¡Vámonos!! —exclamó Morton, mientras se agachaba en el asiento del copiloto.

Foston dió un arrancón en dona y aceleraron a toda prisa sobre Guerrero, en sentido contrario. Un cartucho de MP5 cayó al lado de la cabeza de Guillermo, mientras el sonido de otro RPG provenía desde el Mini. El M3 apenas se las arregló para evadirlo, desapareciendo de Eje 1 Poniente y dejando una explosión tras de sí. Aquella figura en negro se hincó para tratar de ayudar a Guillermo, quien ya había perdido el conocimiento.


Fun facts & Easter Eggs



Spoiler Alert

— ¡¡Cuidado!! —gritó Gabriela instintivamente al ver la defensa a la mitad de la calle.

Sara giró el volante del Cooper hacia la izquierda tan rápido como pudo— ¡¡Maldita sea!! Espero que no sea muy tarde.


 12-10-2011

martes, 1 de enero de 2013

Are you gonna be my girl?


Foreword


La idea para una "escena" así ya la tenía desde hace 4 años. Sin embargo, tuve que vivir una situación similar para realmente poder intentar describir aquello que debe ser descrito.



Are you gonna be my girl?



La limusina naranja emergía de la obscuridad del túnel, comenzando a frenar léntamente. Aquel polímero traslucido que hacía de ventana imitaba copiosamente mi imagen, hasta que la pálida luz que alumbraba el andén terminó por casi aniquilar mi reflejo, perceptible ahora sólo a quemarropa.

Bajé en Camarones. Había dejado mi carro estacionado por ahí, en alguna calle no muy lejos. Con todo el escándalo que se armó confiaba en que alguien no lo mirara dos veces. Ya suficiente tenía con que hubieran registrado y 'asegurado' mi departamento. Recuperar mi carrito sería el primer paso en volver mi vida a la normalidad. Paz, al fin.

Ferrocarriles Nacionales. Había ya recordado la calle, y mi Vocho me esperaba ahí, sonriente, con tierra y mugre por la lluvia. Los limpiadores custom seguían intactos, aunque en realidad ahora daba lo mismo. Su sonrisa formada por el cofre y los faros eran la bienvenida a casa que ya necesitaba. Antes de arrancar, lo primero que hice fue prender el stereo y darle play al disco que hubiese dejado adentro.

Stop, play: Lady de Modjo. No me había dado cuenta de lo tontamente romántico e ingenuo que me había vuelto antes.


Can't you see? You're my delight


Antes.

I won't get you out of my mind


Ahora ya no sabía qué pensar. Estuve tan cerca de la muerte, tan lejos de casa. Tan cerca del éxito profesional. Tan lejos de toda realidad, de todo lo que importaba. De algún modo se habían reacomodado las prioridades. De un departamento más grande a no alojar balas en el cuerpo. Y no sólo eso. Todo lo que creía real, que daba por sentado, resultó ser un conjunto de sombras, siempre cambiantes. Ilusiones de que tenía el control de mi vida. De que sabía lo que quería de ella. Certeza de saber qué esperar. Y de pronto, me encuentro tomando decisiones que no sabía que tomaría; que tendría que tomar. Luchar por mi vida. Batirme a duelo por ella con arma en mano. Literalmente. Y en medio estaba ella.


I feel love. For the first time


Y, a pesar de todo lo que luché, parece que sólo me dejé llevar; pues no quedaba nada más. Sobrevivir. Probarme a mí mismo que era más valiente de lo que creía. Realmente valiente. Creer de algún modo que las cosas habían resultado mejor a que si nada de esto hubiera pasado. No arrepentirme de nada y contemplarlo todo cuando comenzaba a disiparse la niebla. Tener, otra vez, una ilusión de orden y control. De saber que estoy haciendo las cosas bien. Ahora sí. Que mi cerebro puede dejar de perseguirse la cola existencial. He vuelto.

Algo me movía, sin embargo, a ir a buscarla a su trabajo. Casi las seis de la tarde y yo tendría una hora para pasar por ella, mientras hubiera algo de luz todavía. Aún teníamos una plática pendiente. La plática. Lejos de saber si ella se sentía con ánimos, era algo que tenía que hacer.


And I know that it's true. I can tell by the look in your eyes



*    *    *



Sonaba Are You Gonna Be My Girl, cuando la vi salir. El audio insistía con aquello del romanticismo ciego. Lo primero que se me ocurrió fue tocar el cláxon. Estando a escasos tres metros, llamarle por la ventanilla hubiera sido menos perturbador. O quién sabe. Ella volteó de inmediato. Sin embargo, tuvo que agudizar la mirada, entrecerrando los ojos, para distinguirme. Frunció un poco la boca, aguantándose la risa al reconocerme. O eso creí ver yo a través de la oscuridad de la apenas caída noche.

— ¿Te llevo? —fue lo primero que se me ocurrió, después de haber bajado el vidrio con la manivela.

— ¡Hola! Mmmm... de hecho mi Datsun está aquí adelantito...

— Podemos ir a algún lado... A cenar, talvez... o sólo un café... Prometo regresarte a tu carro —solté de repente, con una seguridad venida de no sé dónde. Ya no estábamos en la selva. Ya no era un salvador, guerrero o mercenario reivindicado; sólo un ciudadano más peligroso que el promedio. Talvez sólo por eso no opondría mucha resistencia. "Valiente" lógica.— Sólo para platicar.

— ¿Sabes? Yo... sí he querido platicar contigo, pero no creo que ahora sea el momento...

— Oye —comencé de nuevo, más serio— La plática... Creo que la merezco. Es decir, merecemos... Después de todo lo que pasó en el Infierno Verde... creo que ya sería sensato ir arreglando las cosas... atar cabos sueltos.

Al parecer no se estaba aguantando la risa. Eran sorpresa y desconcierto auténticos. Yo bajé la mirada, pues aquella seguridad era no sólo de origen desconocido, sino también a intervalos; y había decidido abandonarme mientras terminaba de decir la última oración. Ella permaneció en silencio algunos segundos.

— Yo —comenzó, y prosiguió lentamente— tengo un trabajo, un novio, una vida... Aquí, en el mundo real —hizo una pausa— Lo que sucedió allá... fue una desafortunada coincidencia... —y luego agregó, bajando el tono de voz— Y, al final, creo que todo lo que pasó fue por tu culpa...

Aquello me dejó estupefacto. Me sacó de mi juego, con mi VW negr
o y mi seguridad fingida. De repente, me encontraba ahí, sentado, preguntándome qué había ido a hacer allí en primer lugar.

Por suerte, aquel momento de distracción bastó para notar a un auto en el retrovisor que se había estacionado de prisa. Muy de prisa. Echando las luces al apagarse y bajando de él dos extraños.

Y ni siquiera disimulaban. Portaban nada menos que el uniforme de los Dragones. Blindaje incluido y todo. Debí haber adivinado que la Policía no encontraría mi VW, pero sí un enemigo que había viajado un largo camino, sólo para volver a meterse en mi vida. Diana también los vio, y, con la mirada y sin decir nada más, le di a entender que tomaríamos la conversación dentro del Sedán.

I know we ain't got much to say, before I let you get aw- —la canción ya iba en el segundo coro, antes de silenciarla con pausa, mientras rápidamente abría la puerta derecha del Vocho. Esa sería la última vez que la escucharía en un largo rato.


viernes, 8 de junio de 2012

El fin del principio


Despierto. Mi mano toca algo metálico. Es el barandal de la camilla. La necesidad de aire inunda mis pulmones. Me quito el tubo que yace en mi garganta. Me ahoga. Lo logro, pero al hacerlo siento un inmenso dolor en mis brazos. La sensación de estar inválido me atormenta. Trato de erguirme para comprobarlo. Lo logro. Siento al fin mis piernas y el dolor se incrementa. Emito un gemido. No quiero gritar. No quiero que nadie venga en mi auxilio. Puedo hacerlo por mí mismo. Confiar en alguien a estas alturas puede ser mortal.



Primer intermedio



30 minutos antes. A unos kilómetros de ahí.



El teléfono sonó estrepitosamente en casa de Alejandro, pero nadie atendió. La contestadora captó algunas palabras:

— No puedo hablar ahora, no contestes a este mensaje. Prepárate el carro, lo necesitaremos. ¡Madlita sea!, espero que no tardes.

No lejos de ahí, Alejandro caminaba de regreso a casa. Sonó su móvil. Un mensaje de un remitente que no pudo identificar. La sola sencillez del enunciado lo estremeció: VUELVE A CASA.

No fue necesario tratar de escudriñar el número. La voz que emitió la contestadora bastó y sobró. Un nombre asaltó su mente: Águila.



Fin del primer intermedio



Abro los ojos. Todo escapa a mi percepción. Después de un rato detectan la luz que emite, supongo, la lámpara de arriba. Me lastima. Trato de taparla con mis manos, pero apenas puedo moverlas. Será que nos las había movido en algún tiempo. Abro y cierro mis puños una y otra vez. Es como si volviera a sentirlos. Lentamente, mis nervios reviven. El cosquilleo es doloroso.

No creo pasar desapercibido por siempre. Erguido en la cama, me quito el suero de los brazos. Los escasos tubos y las ventosas de monitoreo. Adiós. La maquina encargada de registrar mis signos vitales indica que estoy muerto. No lo estoy. No todavía.



Segundo Intermedio



— Somos tres grupos, señores. Yo y veinticuatro de ustedes. No creo que represente mayor problema un convaleciente en cama.

— Entonces ¿por qué somos tantos?

— Escuché que el tal Águila arrasó con doce grupos enteros de… — agregó otro de ellos.

— Sí, el legendario Águila acabó con noventa y seis hombres, aunque no lo hizo él solo —y al decir esto, Vladimir tronó, sin darse cuenta, los dedos de su mano al apretar con tal fuerza el puño, producto de la ira.

— Ellos también fueron los asesinos de Galo —agregó— Y ahora es nuestra oportunidad para demostrarles de qué lado... ¡¡Vamos por esos cabrones!!

El discurso fue asqueroso, pero el grupo igual le respondió con una ovación. Vladimir era popular entre las bandas del crimen organizado. O al menos, más le valía a los demás fingir que así era.

Nacido en Rusia, las groserías mexicanas no eran precisamente su fuerte. Fingir que era el mejor con los mejores records de misiones y bajas era un poco difícil, con Águila aún con vida. Sin embargo, su prodigiosa conciencia de las consecuencias (muy rara en miembros de bajo rango del crimen organizado,) lo había llevado a la cima tras la retirada fortuita de Juan Carlos. Realmente Galo y su muerte le importaban un carajo. Podría decirse que al final eran sólo órdenes. Pero en esta misión poco importaba la paga. Esto era personal. El último paso para estar completo.

Y Vladimir sabía que Águila estaría allí. Probablemente porque los estaría espiando en ese preciso instante. En alguna azotea, en alguna esquina. ¿Para qué mencionarlo? ¿Para qué pensar en ello? Sus caminos se encontrarían al fin, y era todo lo que importaba. Vlad más veinticuatro. Sería un alivio ver, otra vez, al legendario Águila caer.



Fin del segundo intermedio



Me siento hacia la izquierda de la camilla. El barandal me lastima las piernas, pero agradezco sentirlas y poder moverlas. Poco a poco, intento incorporarme. Trato de sujetarme a una mesita yuxtapuesta a la camilla.


Es inútil.

Caigo de rodillas.

Un leve grito de dolor.

La mesita se viene abajo.

Tengo el abdomen envuelto en vendas.

Vendas teñidas de rojo sangre.

Hay vendas también en mi brazo izquierdo.

Me sujeto de la camilla.

Esfuerzo olímpico.

Por fin estoy de pie, sosteniéndome de la pared.

Siguiente meta: la puerta.



<<¿A DÓNDE VAS, GUILLERMO?>>



Mi sentido común trata de volver.



<<¿CÓMO LLEGUÉ AQUÍ?>>


<<¡ELLA!>>


<<¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¿ESTÁ BIEN? ¿LO LOGRAMOS?>>



No tengo respuestas. Un sentimiento surgido de la nada me impulsa a ir a la puerta. Trato de correr. Estoy mareado. Las escasas fuerzas se me van. El mundo esta fuera de sí dentro de mí. Estoy alucinando. Un agujero negro en mi mente: el pasado. Hacía falta una pieza. Una de la forma del espectro de una bala. Tenía que recordar.



<<¿DÓNDE ESTOY?>>



Tercer Intermedio



— Somos tres grupos, señores…

Águila espiaba la bodega a través de una ventana, que, para su conveniencia, daba hacia afuera al tejado laminado de un cobertizo. Escuchaba atento la conversación y abrió más de lo normal los ojos a través del pasamontañas al llegar Vladimir a su última frase.

Los hombres salieron de la bodega. Águila saltó del tejado hacia el suelo. Hincado, envuelto en negro, observó al ruso dar las últimas instrucciones.

— Nos reuniremos con los otros dos comandos afuera del hospital, Aunque he dado la orden de que entren en cuanto lleguen al lugar, así que talvez sólo lleguemos a ver el trabajo terminado — soltó una ligera risa fingida.

Juan Carlos sacó su Falcon y la cargó, mientras veía a las camionetas de Vladimir alejarse. Se incorporó y se puso el casco. Su M-16 siempre a la espalda. Saltó hacia su Bimota Mantra; la arrancó y emprendió el camino por detrás de la zona de bodegas, pensando en todo lo que había escuchado. Algo era claro: tenía que llegar allá antes que ellos. Tenía que proteger a Guillermo a toda costa; y, para eso, tendría que enfrentarse a Vladimir, una vez más.



Fin del tercer intermedio



Caigo sobre un buró y tiro algunos frascos. Mi cabeza da vueltas. Escucho dentro de mí. Todo se distorsiona a mi alrededor. Recorro mi vida en unos instantes, como si estuviera a punto de morir:


— ¡El Vengador Negro tiene sus propios asuntos!

— ¡Hora de ser héroe!

— Es una Colt .45

— ¡Somos la Armada de Perú!

— ¿Crees que eso haya sido ilegal?

— Se está metiendo con fuerzas más grandes que usted, señor Guillermo


Me levanto del buró. Grito. El dolor es insoportable. Voy a la mitad del camino. Puedo ver la puerta del baño. Mi cabeza está en otro lado. Vuelvo a vivir aquellos momentos.


— ¡¡¿Venderla al mercado negro?!!

— ¡Vicente está muerto! ¡Tú y tus malditos aires de grandeza lo asesinaron!

— ¡Aquí el Huey mexicano! ¡Solicitamos aterrizaje de abastecimiento, cambio!

— Será mejor que se haga a un lado, antes de que sea demasiado tarde

— ¡Cállate, Guillermo! ¡Si te seguí fue porque no tenía nada que perder!

— ¡Esta arma es tu vida! ¡Cuídala como tal!



El baño por fin. No sé cómo llegué. Abro la llave y lleno el lavabo. Hundo mi cabeza. Una imagen se revela en mi mente: ELLA.

Puedo verla claramente. Es hermosa. Por ella estoy aquí. Ella y mi orgullo. La odio por hacerme sentir de esta manera. Por ella estoy así. Defenderla. Creí haber dado mi vida por la causa; pero al final, había dado mi vida por ella.



<<<¡¡eReS uN áNGeL, mEm0!!>>>



No quiero más. Saco mi cabeza. Preso de la ira, salgo del baño corriendo o, al menos, intentándolo. Quiero salir de aquí. Las voces siguen en mi interior.



— ¡Memo! ¡¿Me oyes?!

— En la bodega 66 de Unilever a las dosmil en punto

— ¡S.O.S.! ¡Repito, S.O.S. Ámbar! ¡¿Me recibe?!

— ¿Será esto una pista para encontrar El Dorado?

— ¡El Vengador trabaja solo!

— Ride like the wind, fight proud my son! You’re the defender God has sent!



La puerta se abre. Una silueta se dibuja por entre la luz de las lámparas. No logro distinguir nada. El cañón de una pistola me apunta directo a la cabeza. El tiempo se detiene.

02-01-2007

About, Fun Facts

Me emocioné con los intermedios. Aquí estuvo Max Payne.



viernes, 1 de junio de 2012

El principio del fin



Hay veces en las que los sueños se vuelven importantes en la vida, le dan sentido, y se es capaz de hacer hasta lo imposible por alcanzarlos, por defenderlos



— ¡¡Está en shock!! ¡¡Múltiples heridas de bala y trauma craneoencefálico!!



E incluso se da la vida por ellos



— ¡¡Llévenlo a T.I.!!



Se da la vida sin pensar



— ¡Administren una intravenosa de epinefrina!



Se da la vida abnegadamente



— ¡Sus pupilas están ausentes! —una maquina próxima emitió un pitido continuo.



— ¡¡Lo estamos perdiendo!!


— ¡¡¡Mierda!!! ¡¡Prepare el desfibrilador a 200!! ¡¡¡Pronto!!!



Se da la vida cuando se está listo para morir



— ¡¡200!! ¡¡Despejen!!



O al menos cuando eso se cree



— ¡No reacciona, doctor!



El destino es azaroso y hay ocasiones para morir



— ¡¡Aumentar a 300!! ¡¡Despejen!!



Cada decisión, cada movimiento, marca el camino que hemos de seguir



— ¡¡Es inútil!!



La ruta nunca irreversible, nunca predecible, a la que todos hemos de llegar, a la que nada escapará



— ¡¡No!! ¡Enfermera, siga intentando, cargue a 450!



El final existe para todo



— ¡Es peligroso, doctor! No creo que…



...tarde o temprano...



— ¡¡Hágalo!!


Un alma envuelta en verde irrumpió al quirófano.


— ¡¡Aquí está!! —y si decir nada más, dejó un fólder en una mesita contigua y salió tan rápido como llegó.


Y de aquel fólder mal puesto sobresalía una hoja, de la que podían leerse tres palabras. Tres palabras más que suficientes:

GUILLERMO HERNÁNDEZ MOLINA


21-10-2006


jueves, 31 de mayo de 2012

Una a una


 Y de pronto esa sensación. T I E M P O .
Parece detenerse…

Y las balas siguen entrando, una a una, destrozando lo que queda del parabrisas trasero, penetrando la carrocería, agujerando los asientos. Una a una.

Los gritos de Diana se oyen distantes, pero más distante aún se oye todo lo demás.

— ¡¡¡Memo!!! —grita ella.

El eco de su voz retumba en la mente de Guillermo, con la mirada perdida en el parabrisas, o donde solía estar. Los cristales, tela y rellenos de asiento vuelan por el interior del auto. Y las balas siguen llegando. Una a una.

El acelerador a todo lo que da, y el VolksWagen parece de plomo.

Ella, a su lado, arrinconada en el asiento y cubriendo su hermoso rostro con las manos; su castaño cabello suspendido en el aire ante la brisa del viento de la noche y quemado por algunas balas. Vuelve a gritar. Su garganta pronuncia su nombre, desesperada en un grito desgarrador: Memo. Sólo eso. Eso y nada más.

Y él allí, sin saber qué hacer. Sin saber si lo lograrían, sin saber si saldrían vivos de allí. Alcanza a ver al BMW amarillo por el retrovisor, antes de que una bala lo redujera a pedazos. Uno a uno llegan los ecos de los truenos bélicos a través del ruido del motor agonizante y el rechinar de llantas. Una a una llegan las balas. El stereo se hace añicos.

Un grito más de Diana.

El Vocho no puede ir más lento y el BMW ya está sobre ellos. Guillermo divisa la meta por fin: los gigantes de Tlatelolco. Las balas entran una a una y Guillermo ve su carrera sobre Guerrero terminada. Sólo alcanza a emitir unas palabras, casi en un susurro.

— Por favor…

Una bala atraviesa su asiento y le da en la espalda. Un gemido de dolor y un volantazo que hace girar al Vocho en una vuelta brusca hacia la derecha, rodando sobre sí mismo al menos seis veces. El crujido de la carrocería se deja escuchar contra el pavimento en contraste con la tranquilidad nocturna perturbada por aquella persecución. Los escombros que alguna vez fueron Sedán se arrastran contra el pavimento produciendo chispas que amenazan con incendiar el vehículo. El BMW se sigue de largo y se prepara para dar la vuelta a unos metros de allí. Todo en un segundo.

Se acabó la adrenalina. El tiempo fluye y es inconvenientemente más rápido de lo que parecía. De cabeza, aun sentado en el VolksWagen, mira inmediatamente a su lado al cobrar conciencia. Diana. Tiene sangre en el rostro pero no deja de ser angelicalmente hermosa. Él la llama.

— ¿Diana?

Pero ella no responde. Inmóvil.

— ¡Diana! — y sus llamadas se convierten en gritos, en súplicas por que aun siga con vida.

¡¡DIANA!! — En aullidos desesperados.

El motor del BMW listo se deja escuchar a lo lejos. Guillermo toma su mano y la acaricia suavemente.

— Diana — pronuncia con lágrimas desbordándose de sus ojos. Desbordándose, una a una, mientras su voz se quiebra en un llanto casi silencioso — Diana…

Ahora toma su mano con ambas. Inmediatamente la voz de aquella criatura retumba dentro de su mente, lentamente.

¡Hora de ser héroe!

Escucha su voz pero sus labios no se mueven. Diana.
 <<¿Por qué no me das alguna señal de vida?>>

Las lágrimas siguen desbordándose de aquellos ojos castaños, una a una. Aquellos ojos cuya única luz había sido aquel ángel, ahora lo contemplaban sin creer su suerte.

El rechinar de un arrancón contra el pavimento y aquel jinete de muerte emprende la carga, haciendo su rugido cada vez más fuerte.

Una última mirada con los ojos en llanto. Toma su mejilla con la mano izquierda, ahí, de cabeza. Un “Te amo” en silencio y un dulce beso en los labios como puede. El último. Ella, inmutable. Sin percatarse de lo que sucedía, talvez ya se ha ido. Las venas de Guillermo se inundan de algo que apenas se describe como ira. Ahora su mano busca la precaria manivela de la puerta, abriéndola.


 13-11-2008