viernes, 8 de junio de 2012

El fin del principio


Despierto. Mi mano toca algo metálico. Es el barandal de la camilla. La necesidad de aire inunda mis pulmones. Me quito el tubo que yace en mi garganta. Me ahoga. Lo logro, pero al hacerlo siento un inmenso dolor en mis brazos. La sensación de estar inválido me atormenta. Trato de erguirme para comprobarlo. Lo logro. Siento al fin mis piernas y el dolor se incrementa. Emito un gemido. No quiero gritar. No quiero que nadie venga en mi auxilio. Puedo hacerlo por mí mismo. Confiar en alguien a estas alturas puede ser mortal.



Primer intermedio



30 minutos antes. A unos kilómetros de ahí.



El teléfono sonó estrepitosamente en casa de Alejandro, pero nadie atendió. La contestadora captó algunas palabras:

— No puedo hablar ahora, no contestes a este mensaje. Prepárate el carro, lo necesitaremos. ¡Madlita sea!, espero que no tardes.

No lejos de ahí, Alejandro caminaba de regreso a casa. Sonó su móvil. Un mensaje de un remitente que no pudo identificar. La sola sencillez del enunciado lo estremeció: VUELVE A CASA.

No fue necesario tratar de escudriñar el número. La voz que emitió la contestadora bastó y sobró. Un nombre asaltó su mente: Águila.



Fin del primer intermedio



Abro los ojos. Todo escapa a mi percepción. Después de un rato detectan la luz que emite, supongo, la lámpara de arriba. Me lastima. Trato de taparla con mis manos, pero apenas puedo moverlas. Será que nos las había movido en algún tiempo. Abro y cierro mis puños una y otra vez. Es como si volviera a sentirlos. Lentamente, mis nervios reviven. El cosquilleo es doloroso.

No creo pasar desapercibido por siempre. Erguido en la cama, me quito el suero de los brazos. Los escasos tubos y las ventosas de monitoreo. Adiós. La maquina encargada de registrar mis signos vitales indica que estoy muerto. No lo estoy. No todavía.



Segundo Intermedio



— Somos tres grupos, señores. Yo y veinticuatro de ustedes. No creo que represente mayor problema un convaleciente en cama.

— Entonces ¿por qué somos tantos?

— Escuché que el tal Águila arrasó con doce grupos enteros de… — agregó otro de ellos.

— Sí, el legendario Águila acabó con noventa y seis hombres, aunque no lo hizo él solo —y al decir esto, Vladimir tronó, sin darse cuenta, los dedos de su mano al apretar con tal fuerza el puño, producto de la ira.

— Ellos también fueron los asesinos de Galo —agregó— Y ahora es nuestra oportunidad para demostrarles de qué lado... ¡¡Vamos por esos cabrones!!

El discurso fue asqueroso, pero el grupo igual le respondió con una ovación. Vladimir era popular entre las bandas del crimen organizado. O al menos, más le valía a los demás fingir que así era.

Nacido en Rusia, las groserías mexicanas no eran precisamente su fuerte. Fingir que era el mejor con los mejores records de misiones y bajas era un poco difícil, con Águila aún con vida. Sin embargo, su prodigiosa conciencia de las consecuencias (muy rara en miembros de bajo rango del crimen organizado,) lo había llevado a la cima tras la retirada fortuita de Juan Carlos. Realmente Galo y su muerte le importaban un carajo. Podría decirse que al final eran sólo órdenes. Pero en esta misión poco importaba la paga. Esto era personal. El último paso para estar completo.

Y Vladimir sabía que Águila estaría allí. Probablemente porque los estaría espiando en ese preciso instante. En alguna azotea, en alguna esquina. ¿Para qué mencionarlo? ¿Para qué pensar en ello? Sus caminos se encontrarían al fin, y era todo lo que importaba. Vlad más veinticuatro. Sería un alivio ver, otra vez, al legendario Águila caer.



Fin del segundo intermedio



Me siento hacia la izquierda de la camilla. El barandal me lastima las piernas, pero agradezco sentirlas y poder moverlas. Poco a poco, intento incorporarme. Trato de sujetarme a una mesita yuxtapuesta a la camilla.


Es inútil.

Caigo de rodillas.

Un leve grito de dolor.

La mesita se viene abajo.

Tengo el abdomen envuelto en vendas.

Vendas teñidas de rojo sangre.

Hay vendas también en mi brazo izquierdo.

Me sujeto de la camilla.

Esfuerzo olímpico.

Por fin estoy de pie, sosteniéndome de la pared.

Siguiente meta: la puerta.



<<¿A DÓNDE VAS, GUILLERMO?>>



Mi sentido común trata de volver.



<<¿CÓMO LLEGUÉ AQUÍ?>>


<<¡ELLA!>>


<<¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¿ESTÁ BIEN? ¿LO LOGRAMOS?>>



No tengo respuestas. Un sentimiento surgido de la nada me impulsa a ir a la puerta. Trato de correr. Estoy mareado. Las escasas fuerzas se me van. El mundo esta fuera de sí dentro de mí. Estoy alucinando. Un agujero negro en mi mente: el pasado. Hacía falta una pieza. Una de la forma del espectro de una bala. Tenía que recordar.



<<¿DÓNDE ESTOY?>>



Tercer Intermedio



— Somos tres grupos, señores…

Águila espiaba la bodega a través de una ventana, que, para su conveniencia, daba hacia afuera al tejado laminado de un cobertizo. Escuchaba atento la conversación y abrió más de lo normal los ojos a través del pasamontañas al llegar Vladimir a su última frase.

Los hombres salieron de la bodega. Águila saltó del tejado hacia el suelo. Hincado, envuelto en negro, observó al ruso dar las últimas instrucciones.

— Nos reuniremos con los otros dos comandos afuera del hospital, Aunque he dado la orden de que entren en cuanto lleguen al lugar, así que talvez sólo lleguemos a ver el trabajo terminado — soltó una ligera risa fingida.

Juan Carlos sacó su Falcon y la cargó, mientras veía a las camionetas de Vladimir alejarse. Se incorporó y se puso el casco. Su M-16 siempre a la espalda. Saltó hacia su Bimota Mantra; la arrancó y emprendió el camino por detrás de la zona de bodegas, pensando en todo lo que había escuchado. Algo era claro: tenía que llegar allá antes que ellos. Tenía que proteger a Guillermo a toda costa; y, para eso, tendría que enfrentarse a Vladimir, una vez más.



Fin del tercer intermedio



Caigo sobre un buró y tiro algunos frascos. Mi cabeza da vueltas. Escucho dentro de mí. Todo se distorsiona a mi alrededor. Recorro mi vida en unos instantes, como si estuviera a punto de morir:


— ¡El Vengador Negro tiene sus propios asuntos!

— ¡Hora de ser héroe!

— Es una Colt .45

— ¡Somos la Armada de Perú!

— ¿Crees que eso haya sido ilegal?

— Se está metiendo con fuerzas más grandes que usted, señor Guillermo


Me levanto del buró. Grito. El dolor es insoportable. Voy a la mitad del camino. Puedo ver la puerta del baño. Mi cabeza está en otro lado. Vuelvo a vivir aquellos momentos.


— ¡¡¿Venderla al mercado negro?!!

— ¡Vicente está muerto! ¡Tú y tus malditos aires de grandeza lo asesinaron!

— ¡Aquí el Huey mexicano! ¡Solicitamos aterrizaje de abastecimiento, cambio!

— Será mejor que se haga a un lado, antes de que sea demasiado tarde

— ¡Cállate, Guillermo! ¡Si te seguí fue porque no tenía nada que perder!

— ¡Esta arma es tu vida! ¡Cuídala como tal!



El baño por fin. No sé cómo llegué. Abro la llave y lleno el lavabo. Hundo mi cabeza. Una imagen se revela en mi mente: ELLA.

Puedo verla claramente. Es hermosa. Por ella estoy aquí. Ella y mi orgullo. La odio por hacerme sentir de esta manera. Por ella estoy así. Defenderla. Creí haber dado mi vida por la causa; pero al final, había dado mi vida por ella.



<<<¡¡eReS uN áNGeL, mEm0!!>>>



No quiero más. Saco mi cabeza. Preso de la ira, salgo del baño corriendo o, al menos, intentándolo. Quiero salir de aquí. Las voces siguen en mi interior.



— ¡Memo! ¡¿Me oyes?!

— En la bodega 66 de Unilever a las dosmil en punto

— ¡S.O.S.! ¡Repito, S.O.S. Ámbar! ¡¿Me recibe?!

— ¿Será esto una pista para encontrar El Dorado?

— ¡El Vengador trabaja solo!

— Ride like the wind, fight proud my son! You’re the defender God has sent!



La puerta se abre. Una silueta se dibuja por entre la luz de las lámparas. No logro distinguir nada. El cañón de una pistola me apunta directo a la cabeza. El tiempo se detiene.

02-01-2007

About, Fun Facts

Me emocioné con los intermedios. Aquí estuvo Max Payne.



viernes, 1 de junio de 2012

El principio del fin



Hay veces en las que los sueños se vuelven importantes en la vida, le dan sentido, y se es capaz de hacer hasta lo imposible por alcanzarlos, por defenderlos



— ¡¡Está en shock!! ¡¡Múltiples heridas de bala y trauma craneoencefálico!!



E incluso se da la vida por ellos



— ¡¡Llévenlo a T.I.!!



Se da la vida sin pensar



— ¡Administren una intravenosa de epinefrina!



Se da la vida abnegadamente



— ¡Sus pupilas están ausentes! —una maquina próxima emitió un pitido continuo.



— ¡¡Lo estamos perdiendo!!


— ¡¡¡Mierda!!! ¡¡Prepare el desfibrilador a 200!! ¡¡¡Pronto!!!



Se da la vida cuando se está listo para morir



— ¡¡200!! ¡¡Despejen!!



O al menos cuando eso se cree



— ¡No reacciona, doctor!



El destino es azaroso y hay ocasiones para morir



— ¡¡Aumentar a 300!! ¡¡Despejen!!



Cada decisión, cada movimiento, marca el camino que hemos de seguir



— ¡¡Es inútil!!



La ruta nunca irreversible, nunca predecible, a la que todos hemos de llegar, a la que nada escapará



— ¡¡No!! ¡Enfermera, siga intentando, cargue a 450!



El final existe para todo



— ¡Es peligroso, doctor! No creo que…



...tarde o temprano...



— ¡¡Hágalo!!


Un alma envuelta en verde irrumpió al quirófano.


— ¡¡Aquí está!! —y si decir nada más, dejó un fólder en una mesita contigua y salió tan rápido como llegó.


Y de aquel fólder mal puesto sobresalía una hoja, de la que podían leerse tres palabras. Tres palabras más que suficientes:

GUILLERMO HERNÁNDEZ MOLINA


21-10-2006